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Durante sus 87 años de existencia, y pese a su fenomenal crecimiento, Lego nunca ha dejado de ser una empresa familiar. Eso sí, con sitio solo para un único rey, o sea, un único propietario. Como los monarcas castellanos de la Edad Media, en el gigante juguetero danés se accedía al trono eliminando hermanos, aunque en este caso fuese por vía pacífica: billetera en vez de espada.

Así lo hizo la segunda generación (los hijos del fundador, Ole Kirk Christiansen): Godtfred, el tercero de los varones (cuatro en total, además de una hermana), compró las partes de los demás. Y también la tercera: Kjeld Kirk Kristiansen echó mano a la cartera para deshacerse de su hermana, Gunhild, y luego pasó a escribir el apellido de la saga con k en vez de con ch.

La nueva generación, la cuarta, ha optado sin embargo por una fórmula menos fratricida. Sofie (46), Thomas (40) y Agnete (36), han decidido compartir la propiedad de Lego, aunque siga siendo el hombre quien lleve la voz cantante. Thomas fue educado para suceder a su padre, Kjeld, que se jubiló en 2016. Es el único de los tres que se dedica a la empresa a tiempo completo y es quien toma la gran mayoría de las decisiones en el día a día.

«No tengo pensado hacerme con toda la empresa», manifestó el pasado otoño en declaraciones al diario económico Finans. «Seremos tres propietarios: mis dos hermanas y yo. Es un nuevo capítulo en la historia de Lego. Y en la próxima generación parece que serán seis». En efecto, media docena, y todas chicas. Thomas y sus hermanas tienen en total seis niñas de entre 7 y 13 años.

Hasta ahora, el poder concentrado en una sola persona ha sido para Lego un antídoto contra las intrigas, escándalos y conflictos que han destruido, o casi, otros grandes imperios familiares del mundo empresarial como Gucci, Samsung o Porsche. De hecho, una investigación a escala global realizada en 2014 por el estadounidense National Bureau of Economic Research reveló que apenas el 3% de las empresas familiares sobreviven hasta la cuarta generación.

Thomas Kirk Kristiansen es consciente de los peligros que acechan entre tanto beneficio (en 2018 nada menos que 1.083 millones de euros, un 3,5% más que en 2017) y tanto crecimiento (por ejemplo, 80 tiendas nuevas en China en 2019). «Sabemos que cada vez que se pasa el relevo a otra generación existe el riesgo de que surjan problemas», admitió a Finans. «Tratamos de prevenirlo cuidando de establecer buenas relaciones entre los herederos. Somos exigentes, pero también damos facilidades para que quien no desee formar parte del negocio pueda abandonarlo».

No son palabras dichas a la ligera. Tan en serio se lo toman los Kirk, que las seis niñas reciben ya una especie de formación especial -colegio Lego lo llaman- para que el día de mañana puedan tomar las riendas de la empresa sin que se les caiga encima. Sus padres, Sofie, Thomas y Agnete, han redactado además una ley Lego de obligada observancia para propietarios presentes y futuros.

En Billund, la pequeña ciudad de la península de Jutlandia donde se levanta la sede de Lego, las seis chicas acuden una vez al mes a clases con un profesor fijo de la empresa, secundado por distintos profesores invitados que también trabajan en ella. La idea es que las niñas se vean con regularidad en el mismo sitio, «una plataforma común», y establezcan lazos de amistad.

De la ley Lego no se conocen demasiados detalles, pero su cometido principal es dejar muy claro cuál es el papel que deben desempeñar los herederos, y uno de sus aspectos clave es que en cada generación, sean quienes sean los propietarios, uno de ellos debe ser siempre quien tome las decisiones definitivas. Para evitar que las discusiones se desmadren.

Hoy, esa persona es Thomas Kirk Kristiansen. Los intereses de las hermanas, aunque sean dueñas, van más allá de las famosas piececitas de plástico. La mayor, Sofie, es ingeniero de montes y vuelca toda su energía en la reserva animal de Klelund, en el sur de Jutlandia. Allí trabaja para devolver el paraje a la naturaleza, recuperando el ecosistema original mediante la reintroducción de ciervos, jabalíes y otras especies autóctonas. La pequeña, Agnete, se dedica a la doma. Fue jinete olímpica en Río 2016 para orgullo de su padre, también apasionado de la hípica y propietario de dos de las cuadras más importantes de Dinamarca. Según el diario BT, Kjeld y Agnete poseen entre ambos caballos por un valor total de 18,2 millones de euros.

En cualquier caso, Kjeld, el patriarca, ha dejado todo atado y bien atado. Hasta tal punto que, jubilado o no, sigue siendo quien mueve los hilos en Kirkbi, el fondo privado independiente de Lego (por si quebrase la empresa) donde la familia ingresa sus ganancias. Él y sus hijos se reparten la propiedad a partes casi iguales, pero Kjeld mantiene un 62% de las acciones con derecho a voto. Thomas, Sofie y Agnete serán ahora los dueños de Lego; el verdadero rey, no obstante, sigue siendo él.

Con información de LOC